lunes, 23 de agosto de 2010

La bienvenida a Turquía y el primer Adhan

Tanto entrar como salir de Roma seria totalmente deprimente, bastos pastizales resecos y amarrillos, una brisa suave y fría, y un silencio que hela la sangre, entre ese triste paisaje, brotan al azar chispas fucsias de unas pequeñas florecillas deleitando la vista con su color y osadía. Una buena metáfora antes la adversidad y los estados de tristeza, que por muy grande que se ve la situación, a detalle siempre encontraras algo que conforte el alma, no necesariamente debe ser grande o vistoso, puede ser algo diminuto pero hermoso, con un poco de color, delicadeza y inocencia se hace mas hermosa la vida.
En resumen de cuentas Roma es una ciudad hermosa, pero es mas una ciudad para compartir, mas con una persona especial, una persona con quien compartir un gelato (así pruebas mas sabores), tomar de la mano a esa persona por las callejuelas empedradas, hablar pajas con ella de las miles de aburridas ruinas y hacerlas así entretenidas y que le de su beso al coliseo asi no me delegaba inusual proeza.
Después de una fastidiosa espera en el aeropuerto romano me lance a los cielos sobre el mediterráneo, luego de 2 horas de vuelo y una defecada, me encontraba sobre volando Istanbul, por alla abajo el congestionado Mar de Marmara, mas alla el Bosforo, Tracia y Anatolia los identificaba todos como si tuviera una vida viviendo allí, algunas vueltillas mas y ya estaba pisando suelo en la antigua capital del imperio romano de oriente, tierra de sultanes otomanos y actual República Laica de Turquía.



Junto con bajar del avión no cumplí con mi promesa de tomar una gran bocanada de aire y catarla para sentir el aroma de Istanbul, ya que mi eterno compañero de viaje (malestar estomacal) me agobiaba y me apresuraba a ir al baño, pero primero debía pasar todos los controles aduaneros y de inmigración, el baño se veía lejísimos y corría el riesgo de no llegar, aunque con el entrenamiento que traía con vuelos trasatlánticos de 14 horas, creo que podría aguantar.
Reconozco que temí lo que probablemente experimentaría, para salir del aeropuerto, temor lógico después de la sacada de madre que me dio el perro italiano, reconozco que debo respeto, esos nobles animales no merecen ser comparados con personas de esa calaña. Asi que frente en alto, pecho afuera y caminar con orgullo, al llegar a los controles encontré algo totalmente distinto a los que esperaba, en el área de visado me dijeron con una sonrisota que los venezolanos no pagábamos para entrar y en el area de sellado de pasaporte apenas entendí “Welcome, you have 90 days to stay in Turkey”, estaba entre consternado y feliz era bienvenido en una tierra donde la mayoría no tienen ni idea de en que continente queda mi país de origen y encima de eso me sonríen, nooo yo me sentía en el cielo, me sentía en Istanbul.
Al salir del aeropuerto conocí la tranquilidad de pasar una puerta internacional sin que te jodan y mas adelante conocí los Jetons, una focha que uno compra para utilizar los servicios de metros y tranvía, ya de comienzo iba todo a pedir de boca, buena atención, gente muy distinta a la a acostumbrada a ver por mis latitudes y un mar de mujeres con Eşarp, cuanto cambia un rostro cuando se cubre parcialmente. En el transcurrir del paseo en metro noto una gran diferencia en el paisaje, es un tono mas verde, mas marrón y una inmensa escala de azul que comienza en el cielo y termina en el Bosforo.



Siempre he sostenido que la energía vital de mi Maracaibo querido no radica en su sol, radica en su lago, todos aca lo atravesamos, comemos de el, trabajamos en el o sencillamente nos recreamos en el, ocacionalmente nos olvidamos de que existe, salvo cambie de color con la lemna, pero generalmente no nos fijamos en nuestro vinculo con el, Istanbul tiene un inmenso vinculo con sus tres fuentes de agua, el mar de Marmara, el Bosforo y el Cuerno de oro, en esta ciudad se ve clara mente el vinculo de la gente con sus cuerpos de agua, personas pescando por todos lados, sentadas en sus orillas o sencillamente navegando por el.

Justo con bajar del tranvía recibí una cachetada contundente a mis sentidos, un delicioso aroma cortaba el aire, infinidad de colores por doquier, una sensación térmica agradable y de repente todo quedo en silencio y comenzó un canto, un canto que inundo la ciudad, salía de todos lados, tras detallar no era uno solo eran muchos de ellos, pero ninguno se mezclaba ni interrumpía, era un llamado solemne, lleno de esperanza, tras el algunos rostros se notaban urgidos por llegar a algún sitio, eran las 13:20 y escuchaba el Adhan o llamado a la oración musulmán.
Una larga caminata por SultanAhmet mientras buscaba mi hotel me hizo recordar las palabras de mi amigo Bolel “Vas a querer vomitar de tanto ver mezquitas”, las vi de todos los tamaños, en todos los colores, al tener una visión de 160° sobre cualquier punto de la ciudad divisabas mínimo 3 mezquitas es asombrosa la devoción religiosa por acá, y bueno nunca sentí ganas de vomitar por ver tantas al contrario me generaban mucha curiosidad.


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