martes, 24 de agosto de 2010

El primer contacto con Istanbul


Nada mejor que caminar sin un rumbo fijo para conocer una ciudad, sin buscar nada se consigue todo y mas aun, se siente el ritmo la ciudad, se escuchan sus voces, se huelen sus aroman y se saborea su aire. Saliendo de mi hotel en una zona humilde, antigua y algo olvidada de Istanbul me sumerjo en las empedradas calles bordeadas de mohosas paredes, casas muertas, pequeños comercios y conversaciones que no entiendo. Al subir a la zona de SultanAhmet todo cambia, ya no se esta en un barrio de turcos, se esta en el centro turístico de la ciudad, por todos lados miles de turistas se amontonan como peces en un diminuto estanque, mas allá cientos de vendedores dispuestos a vender cualquier ridículo suvenir. Es cómico ver como luce un alemán con un fez de mala calidad, o como una japonesa trata infructuosamente de acomodar su eşarp y la cara de asombro de un norteamericano a la hora de comprar un helado y su vendedor monta un circo de habilidad para dispensarle el helado, literalmente le toma el pelo. A simple vista pareciera todo orquestado para sacarle la última lira a cualquier incauto, sembrando en ellos la idea de que para tener un recuerdo de un sitio deben comprarlo.
Mas allá de toda esa basura para turistas me consigo con los dos iconos de Istanbul, Santa Sofia y la Mezquita Azul, una cosa es verlos en libros y fotografías, otra muy distinta es estar parado frente a ello, en un momento de ingenuidad no creía que fueran ellos, hasta sentí que me tomaban el pelo, en realidad era que inconscientemente buscaba verlos desde el ángulo de las habituales fotografías, todo cambio cuando camine por un callejón al lado de Santa Sofía y pude tocar unas de sus paredes, ninguna fotografía capta la textura de ellos y en ningún libro la nombran, es una roca curada por milenio y medio de adversidades climatológicas, quedando algo áspera, porosa, con algunos agujeros ocasionales, en ellos caben tus dedos, al deslizar los dedos se siente como si se trancaran en pequeños bordes filosos, dando la sensación de que desgarraran la piel, cosa que nunca pasa, la temperatura de la roca es de un agradable frio, unos 18° C y su sabor medio salitroso dada la cercanía del Bosforo.

Cual perdido sigo mi errático rumbo, "sin buscar nada, lo encuentro todo" es mi consigna, conozco los Döner Dürüm turcos de cordero, son totalmente distintos a cualquiera que haya probado con anterioridad y el sabor del cordero es embriagante, de mas esta decir que fue la primera vez en probar el cordero, fue una buena experiencia pero me sentí con cara de turista pagando 6 liras por ese Döner. Continuo mi caminata esta vez con el estilo Homero Simpson en mente, “Seguir las bajadas de la ciudad hasta el mar”, al percatar ya estaba frente al Bosforo, gigantesco, impresionante y azul con una breve calima sobre el. A orilla del Bosforo se notan los contrastes de esta hermosa ciudad, obra de un ingenioso artista, el choque entre los tonos verde oscuro de sus parques, el gris de sus mezquitas, el celeste de su cielo y el azul de sus aguas, la mezcla entre lo antiguo y lo moderno, el vivir tradicional y la vida occidental, mujeres caminando con su Eşarp tomadas de la mano de sus hermanas vestidas de escote, escuchar conversaciones en ingles, mis pensamientos en español y el adhan de fondo. Conclusión en ese momento: “Esto es Istanbul, la puerta que une oriente y occidente”.

La caminata me lleva rumbo al Cuerno de oro, a lo largo de una avenida paralela al Bosforo, allí descubro lo costosa que es la gasolina por alli 2 ½ liras por litro, cuando en Venezuela lleno mi tanque por menos de eso. Dejando de lado los costos relativos de la vida solo me queda caminar, al fin frente al puente Galata, un aroma a especias envuelve el lugar, por doquier ventas de comida ambulante y sobre el agua embarcaciones restaurant vendiendo el sublime balıklı sandviç, un sencillo emparedado relleno de pescado a la plancha, acompañado de vegetales, sal y jugo de limón, esta si resulto una comida que me lleno, tanto el estomago como mi ego. Al cruzar el puente Galata pude observar a unos verdaderos pescadores, los sujetos tienen equipos de pesca súper costosos, y se instalan todo el día, con toda la paciencia que a ellos los caracterizan en espera de su presa, sorpresa la mía al ver su botín, cinco diminutos peces que no llenarían una lata de sardianas, luego de reflexionarlo un poco deduzco de que solo pescan por el simple placer de pescar, muy similar a cuando uno camina durante días a una montaña, donde no hay nada mas que montañas, sencillamente se hace porque se gusta de caminar en la montaña.

Con la noche cayendo sobre mí, y un largo día acuestas, sigo mi paso, esta vez orientándome hacia la Torre Galata, en algún lado leí de un metro que sube hasta Beyoğlu, asi que me dispuse a buscar la estación de metro, camine muchísimo pero dado a que nunca me había montado en un metro hasta en este viaje, no tenía ni idea de dónde buscarla, por fin alguien se apiado de mí y me señalo un letrero que decía “Metro -->”. La entrada al metro fue rápida, un Jeton y arriba, pensé que sería “el viaje”, pues demore más en montarme que en bajar, justo con bajar otro medio de transporte novedoso para mi, un tranvía antiguo, en este no tuve que comprar Jetons solo unas monedas en efectivo, el recorrido en el tranvía es divertido, algo frenético, entre multitudes de gente sonando la campana para que se aparten, surcando cuesta arriba Beyoğlu por istiklal caddesi hasta la plaza Taksin, este mas que un medio de transporte es un medio recreativo, en futuras ocasiones escogí caminar por esa calle, es mucho más divertido, entras en contacto con todo el mundo y puedes comer cuanto te plazca.
Beyoğlu sin lugar a duda es mi lugar en Istanbul, un barrio muy alegre, lleno de cafes, color y un aire muy bohemio, la caótica arquitectura producto de los esfuerzos otomanos por adaptarse a los estándares europeos resulta muy peculiar, interesante, hasta adorable, el contraste de las viejas edificaciones y las luces de neon lo hacen único. Sentado en la plaza Taksin, espero por un viejo amigo, un viejo amigo que nunca había visto en persona, ni siquiera había escuchado su tono de voz, el pana Huseyin Bolel, acordando de ante mano un simbolico intercambio de camisetas, pero primero lo primero un brindis en un sitio que el escogió especialmente para mi, un bar rockero el nombre del sitio “DoRock”, que según lo que me explicaron es un juego de palabras que significa “Parada del rock”. Nunca antes soñado por mi, Istanbul, rock, panas y cervezas todos juntos en una oración, con cada minuto me enamoraba mas de la ciudad, con un correspondiente “Şeref” (a honor) y el clásico “Por los culos” (mi brindis usual), comenzamos nuestra ingesta etílica. El intercambio de franelas fue el de la franela de mi equipo local “Unión atlético Maracaibo”, por una de un festival de rock pesado llevado a cabo en días anteriores en Istanbul.

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