miércoles, 26 de mayo de 2010

Impresiones de un zuliano sobre los llanos



Mirando hacia el oriente, mas allá de la tierra de los guaros, atravesando la puerta de los llanos, pasando la plaza del Mango y llegando a Guárico a través de una carretera lunar, se encuentra Ortiz, el pueblo que inspiró a Miguel Otero Silva para crear su novela Casas Muertas; un ícono en la literatura venezolana. Esta novela narra el ocaso de un agonizante pueblo enclavado en un paisaje remoto, desolado, salvaje, hermoso y polvoriento (me consta y pesa ese polvo); paisaje que intriga y llama a los viajeros ávidos de aventura y nuevas experiencias. Aunado a esa descripción surge la propuesta de un lugar que cuenta con los encantos de una playa (sol, arena y buen clima) con las bondades de un río (agua dulce, ausencia de salitre y árboles), ese lugar está a orillas del río Cinaruco, en el estado Apure, en lo profundo del llano venezolano y a 1050 Km. de mi residencia en Maracaibo.
Con una vespertina salida de la occidental ciudad de Maracaibo, comienza un viaje pautado en 13 horas de carretera a través de 6 estados y de unas 5 paradas planificadas. La noche transcurrió lenta y pausada, como suele suceder cuando uno conduce sintiendo los embates del cansancio. Afortunadamente, en el horizonte siempre se lucía un manto de estrellas, síntoma de una noche despejada. El trayecto entre Acarigua y San Carlos de Cojedes resultó especialmente agotador; en las muñecas se sentía la fatiga propia de un conductor de carreras, debido a los constante movimientos del volante; y ya, a 100 km de los Dos Caminos, comenzó un interesante desafío: circular por una carretera que simulaba la superficie lunar. Tras cada impacto contra los cráteres se desvanecía más y más la ya escasa energía. Ya llegando a los Dos Caminos el alba anunciaba que íbamos apegados al itinerario propuesto y que se habían recorrido 700 km en 9 horas.
Al norte de los Dos Caminos queda el pueblo de Ortiz; en principio pensé que había desaparecido luego de que Carmen Rosa lo dejó en compañía de Doña Carmelita y Olegario, pero al parecer el malestar de ese pueblo se debía sólo a esa referencia familiar, ya que actualmente es un sitio muy próspero ;) …y hacia el sur, nos deparaba el destino, cruzando por el pueblo de Calabozo, pues en esa vía, no sé por qué, me pasó por la mente la loca canción: “Sofia went to the sea to bath. Why, why, Sofia?” Ya camino a la población de Calabozo (nombre que no generaba ninguna imagen agradable), la vía cruza por encima de la represa del mismo nombre, ofreciendo una acuarela espectacular, avivado por los crespos de un alba que con el golpear del cuerpo astral rebotaban por doquier. En medio de ese espectáculo le ocurrió un percance a uno de los compañeros de caravana, el cual parecía grave pero, algo que en principio lució devastador, se convirtió en un hecho fortuito en el momento y lugar indicado. Se usó el equipo de remolque para reubicar a nuestro accidentado amigo en un sitio donde pudiera resolver su falla con calma, y por un error en la navegación nos detuvimos en una estación de servicio distinta a la planificada; sorpresa grande fue que a 20 metros de donde nos detuvimos, había un lugar donde reparaban la falla, el sitio se encontraba a punto de abrir, había un banco donde retirar dinero y además vendían aceite… sencillamente, caímos donde debíamos.
Mientras reparábamos la falla, se unió el resto del grupo procedente de Caracas: unos 14 carros aparte de los 4 que íbamos de Maracaibo. Sorprendentemente, mientras repostábamos gasolina y nos organizábamos, se unieron 3 carros de unas personas quienes estaban en búsqueda de un buen sitio y los sedujo nuestro destino. A la salida de Calabozo se encuentra un lugar de vital importancia en la región, la última fábrica de hielo; acá es importante abastecerse bien de hielo, ya que la siguiente parada sería San Fernando de Apure, y allí sólo se tenía planificado recargar gasolina y llenar los bidones de combustible extra.Entrando a San Fernando nos recibieron ilustres símbolos de la región, el primero que divisamos fue el de Pedro Camejo, conocido entre sus panas como “El negro primero”, famoso por ser un tenaz guerrero, un oficial de tez negra y por ser un sujeto que se saltó la talanquera –coloquialmente dicho- al traicionar a los realistas españoles para servir a los patriotas; el segundo en recibirnos y encargado de nuestra despedida de San Fernando fue “El Centauro de los llanos”, José Antonio Páez, que entre sus haberes destaca haber sido un hábil líder militar, presidente de Venezuela en varias ocasiones y convertido de aliado de Bolívar en su detractor. La escala en San Fernando de Apure resulta importante, pues es él último centro poblado en nuestra remontada hacia el sur, y es el último lugar donde podríamos abastecernos de lo necesario; también es recomendable llenar nuevamente unos bidones extras de gasolina.
Siguiendo al sur, en búsqueda de las indómitas y polvorientas sabanas, se siente y vive el llano tal como la plasmó Rómulo Gallegos en Doña Bárbara: el llanero galopando con el torso descubierto, los zamuros devorando asiduamente alguna res que nadie echara de menos, las lagunas con sus chigüires y babos asoleándose, y esa planicie que se une en el horizonte con el cielo. En medio de ese literario paisaje se encuentra el monumento a una tal Marisela, que luego de indagar un poco resultó ser la fuente de inspiración de Rómulo para plasmar su personaje de Doña Barbara, mujer decepcionada por un joven amor, hecha recia y ajustada al clima del llano, se encargó de varios hatos hasta que un día cabalgó en su montura hacia el olvido, nunca más volvió, y sólo se dice que “la sabana se la tragó”, explicación muy frecuente que dan los moradores de la zona a las desapariciones. Siguiendo por la sabana nos encontramos un espectáculo con el que nunca esperé tomarme: médanos (dunas), al más puro estilo desierto del Sahara, el sitio lo llaman “los médanos de la soledad”, y es cierto, parado sobre una de esas dunas, no se siente otra sensación que soledad.
Ya por fin cruzamos fugaces sobre el río Capanaparo, sus playas en el pasado llenas de fauna, hoy llenas de turistas; el puente sobre este río es relativamente joven, tiempo atrás se le solía cruzar sobre una embarcación. Vecino a este puente encontramos la población de la Macanilla. Ya 50 Km y 30 minutos de camino, rumbo al sur, por fin conseguimos el desvío que nos llevaría luego de 30 Km hasta nuestro destino: el río Cinaruco.
El transitar por la sabana fue sublime, con un anaranjado atardecer a nuestras espaldas haciendo contraste con el gris polvo levantado por el Montero y el color ocre del pasto, ofrecían un matiz de colores propio de cualquier obra de arte. Ya habiendo rodado 30 minutos por una camino de tierra y 22 horas en carretera, el GPS indicaba que nuestro destino estaba a 3 Km… era increíble, estábamos por llegar.
A sólo 3 Km del lugar destinado para el campamento, el camino dio un brusco cambio, entramos a lo que en medio de la noche pensé era una selva y de inmediato noté que el suelo no era normal, o por lo menos no era lo que yo me esperaba, una densa nube de polvo colmó mi parabrisas, seguido a eso sentí pérdida de tracción en las 4 ruedas, hasta el punto en que nuestra montura se detuvo por completo; al bajar e inspeccionar, la sorpresa, caí enterrado hasta las rodillas, el suelo tenía la consistencia del talco y no proporcionaba ningún tipo de agarre a los neumáticos. Esa peculiaridad del suelo, aunada a una caravana de 20 carros, no hizo fácil el transito por la zona; todo se convirtió en “el pandemonio del polvo”, y el recorrido de 3 Km se convirtió en una tarea de voluntad y pericia, el camino se rodó en poco más de 4 horas, exigiendo cada gramo de energía disponible en nuestra desgastada humanidad.
Acercándonos al área de campamento se escuchaban por radio instrucciones específicas para la aproximación a la zona, me hablaron de entrar por una zona particular, acelerar a fondo y no detenerse hasta llegar donde los compañeros indicaban. Una vez detenido, descubrí por qué, la arena de la playa era la más particular que nunca hubiese visto, era muy suelta y sonora o más bien silbante; tras cada pisada y hundimiento del pie se escuchaba un silbido que tenía a todos consternados; esta sirena hacía imposible pasar inadvertido. Ya, por fin en el lugar de descanso, lo único que pense fue en tomar un buen baño, haciendo caso omiso de cualquier animaruco que pudiera encontrar en el río. Así que tras un buen baño, una buena comida, no quedaba más que una buena dormida, en compañía de mi amada.
La noche trajo infinidad de sueños locos que rememoraban la jornada de 28 horas en vela, cosas como chigüires gigantes, arenas movedizas, conversaciones con José Antonio Paez explicándome por qué traicionó a Bolívar, sexo con Marisela (no tengo idea de cómo habrá sido pero la idealicé hermosa jejeje) y otras cosas que no sabría cómo describir, ya que forman parte de mi abstracta mente. Con el amanecer, el delirio de sueños continuó despierto; lo primero que alteró mis sentidos fue la alarma de un carro, que sonaba sin cesar y sin doliente, haciendo que perdiera las horas más frescas de la mañana para recuperarme. Al silenciarse el atormentador sonoro, sentí el primer rayo de sol sobre mi piel y tras él, el hervor de mi dermis, un simple desplazamiento unos centímetros a un lado basto aplacó el dolor; segundos más tarde, mi fustigador me perseguía por toda la carpa, obligándome a salir arrastrado de ella, en búsqueda de sombra, que conseguí a los pies de mi montura. La arena fría y suave susurraba frases lindas a mis oídos y masajeaba el cuerpo como una buena amante; ya el día llamaba y la hora de desprenderme de mi abstracto mundo llegó; poco cambió cuando abrí los ojos y aprecié el paisaje en el cual me encontraba, una serpiente de 12 metros de ancho que reptaba sutilmente me llamaba con su color verdoso y seducía con su fragancia, orillas de oro sonoro y al otro lado acantilados que mostraban sus cicatrices y contaban su historia, la fauna local pululaba alrededor y la foránea entraba en calor, preparando comida y empezando una descomunal ingesta etílica.
El día sencillamente se resumió en disfrutar de las tibias aguas del Cinaruco, comer bien y complacerse de la buena compañía de los amigos. Ya con el entrar de la tarde, un buen fuego avivó la conversación y alentó el flujo alcohólico; con nostalgia se veía el paisaje, al amanecer comenzaría el largo retorno a Maracaibo, saliendo un día antes de lo previsto previniendo cualquier inconveniente en el retorno.
Otra noche celestial de llanos, otro amanecer maravilloso en los llanos, el retorno estaba próximo, pero aun faltaba una aventura: la remontada rumbo a la desembocadura del Cinaruco en el Orinoco. En una chalupa de aluminio y un motor fuera de borda remontamos río abajo, contemplando sus playas y los moradores del río, gentes cuya arteria vital es el Cinaruco; por él circulan, por él comen, por él viven. Un recorrido de 20 minutos a través de 5 Km nos llevó a donde se une el verdoso Cinaruco con el marrón Orinoco, en esta unión se acumula mucho sedimento lodoso y fue el escenario de una de las escenas mas sexys que jamás haya visto: mi novia luchando en lodo con otras 3 chicas, en mi mente luchaban por mí, como unos caballeros en una justa buscando el favor de una doncella, claro, nada más lejos de la realidad, sólo jugaban a hacerse tratamiento corporal con barro, total, cosas de mujeres que vistas a través de los ojos de un hombre, resultan atractivas y divertidas.
Ya el retorno enlutaba un poco la alegría y los juegos, ya debía poner pie a manejar rumbo a Maracaibo; luego de una breve despedida y una detallada explicación de cómo salir de la arena en la playa me uní al grupo y partimos. Era curioso ver de día la zona donde pasamos tantas penurias de noche y el subconsciente se reía de esos lugares. A media hora de iniciar el retorno comenzó la debacle, una de las camionetas se apagó y no volvió a encender. Algunas horas de jugar a ser mecánicos sólo aportaron frustración y algo de cansancio, no hubo más que arrastrar el vehículo, ya creíamos que había pasado lo peor, pero saltando 10 km a la carretera mi carro falló de la misma manera; la tarde nos arropaba ya, y la alternativas eran pocas. Volvimos a hacer uso de nuestros dotes de mecánicos sin muchos resultados, mientras algunas chicas con la intención de que las sacáramos a la civilización ejecutaron sus dones actorales, simulando un desmayo sin el resultado previsto, ya que estabamos absortos en la falla del carro; cuando no quedó de más, tuvimos que remolcar el segundo carro.
Nos desplazamos lentamente hasta el primer centro poblado de la zona, La Macanilla, el ambiente allí estaba muy de llano: música llanera en vivo, locales, cervecillas, era todo hermoso para un aventurero, claro, las actrices se sintieron intimidadas por los locales y formaron otro berrinche para que nos fuéramos del pueblo sin ningún resultado. Ya, al llamar las grúas y la confirmación de las mismas, se puede decir que termina la aventura, aunque el chofer de la grúa, Manuelito, es alguien quien merece ser mencionado, este sujeto llanero de pura sepa nos contó los detalles peculiares del llano, siempre sonriente y con un dicho o chiste dispuesto a alegrar el día, nos mostró el llano como él lo ve y como él lo siente.
Montado sobre la grúa y viendo los llanos sólo me quedo cantar: Sofia went to Maracaibo…¡Bye, bye, Sofia!