Los buenos momentos de la vida no están hechos de lujos, opulencia o maravillas naturales, adormecido tumbado en la grama de un parque, a la sombre de un árbol, en compañía de buenos amigos, cubiertos por una tertulia varia, se obtiene un buen momento, hace especial un sitio que sin eso sería un sito mas para el olvido, en esta oportunidad siempre recordare Konya.
Dado que a Elenita, la pareja de Gonzola no le gustaba viajar de noche, porque que no podía dormir en los buses, acepte viajar con ellos de día para no romper el grupo y claro porque no, para cuidar un poco de mis pijos amigos. Saliendo de Göreme a primeras horas de la mañana, solo pudimos llegar a Nevşehir, cuando el autobús se averió misteriosamente, el chofer y el carreteromozo lo revisaban concienzudamente, yo esperaba pacientemente, total en mi tierra eso es usual y la mayoría de las veces terminan por resolver la falla, este no sería nuestro caso, esperamos durante horas y nada, así que me baje del bus a indagar que pasaba y sorpresa, ninguno de los dos sabían que hacerle al motor, pasaron dos horas solo observando detenidamente, puse así manos en grasa y aplique mis conocimientos mecánicos adquirido en mis innumerables aventuras en mi todo terreno, luego de un análisis del la falla presentada y una detenida observación del motor, el desperfecto era evidente, bomba de aceite rota, el chofer se alegro mucho muchísimo cuando le dije que conocía la falla, inclusive el chofer especulo con que la reparara, el detalle es que necesitaría una bomba de aceite nueva para ese motor, herramientas especializadas, un ayudante y como doce horas de trabajo salvaje, así que mi solución inmediata fue mandarlos a la mierda y pedir que enviaran un bus de reemplazo, total yo era solo un pasajero y no era mi responsabilidad, aunque reconozco que por dentro quería quedarme desarmando ese motor y ayudando esa gente, solo que así retrasaría mas a mis amigos.
El bus de reemplazo apareció, claro con cuatro horas de retraso, cuatro horas de retraso que para nada fueron aburridas, un ambiente lleno de grasa y carburante siempre estimula buenas conversaciones entre hombres, y lo mas asombroso siempre uno termina bebiéndose una coca cola o una cerveza, en este caso como estaba entre musulmanes fue una coca cola, aunque en realidad con el sol de la Capadocia lo único que deseaba era una cerveza. El retraso rompió la conexión que Gonzola había planeado en Konya con Denizle, así que no quedo de otra que quedarnos toda la tarde en Konia, Anita estaba histeria, todo el día solo repetía "Tío es imposible que estén tan tranquilos, es que el bus se dañoooo", "Son unos despreocupados", "No hacen bien su trabajo", yo solo reía y trataba de dormir o desviaba la conversación con algún chiste verde, total siempre le decía “no te estreses no hay un retraso real solo la oportunidad de disfrutar un momento no planificado”.
Así fue como terminamos acostados en una plaza, justo al lado del otogar de Konya, sin prisa de nada, los boletos estaban comprados ya, y por mucho que protestara Anita el bus no iba a salir antes. Ya hace días mi cuerpo pedía un descanso, un día sin hacer absolutamente nada, sin pensar en nada, esta fue mi oportunidad, la mesa estaba servida, solo me quedaba disfrutar de ella. Ya tras escuchar el penúltimo adhan, el estomago empezó a ronronear y justo con estirar la cabeza divisamos un restaurant a orilla de la calle que prometía buena comida. El presentimiento no fallo, comimos divino, fue también la cena de despedida de mi amiga Mari, quien dado el retraso debia volver a Estambul sin ver Pamukale, esa fue sin lugar a dudas la mejor comida que tuve en Turquía, no solo por los sabores, si no por la compañía y la conversación. Ya la hora de salida se acercaba y tocaba despedir a mi amiga, compañera de miles de aventuras, compañera en momentos tristes y alegres, compañera siempre compañera, esta vez fueron cuatro años sin verla, espero que el próximo encuentro no sea tan lejano, aunque si en otro destino bien exótico. Para colmo de Ana, tuvimos que viajar de noche, ya no tenía fuerzas para pelear, o sencillamente se iba resignando y aceptando la realidad tal cual es, sin poder influenciar significativamente sobre ella, ya sus hombros se veían menos tensos y le daba como igual la movida.
El viaje nocturno a Denizle se me hizo corto y nada molesto, a primera hora estábamos en el otogar, solo tomamos el minibús y ya íbamos camino a Pamukale, llegamos al poblado muy temprano, todo cuanto mirábamos estaba cerrado hasta Pamukale, después de instalarnos nos lanzamos a recorrer el parque, no sé si sea, la sensación de incredibilidad de estar allí, pero cuando estas al lado de esas formaciones no se ven tan bonitas como en las fotos que se muestran de ella, bueno también las piscinas donde uno se baña son artificiales, eso ya de por si le quita mucho encanto, aunque reconozco que caminar por allí es muy cercano a caminar sobre nieve, solo que con calor. Ya detrás de Pamukale se encuentra la Hireapolis, unas ruinas bien entretenidas de recorrer, sobre todo a primera hora del día cuando el sol aun no calcina y es medianamente benévolo, ya de bajada decidimos darnos un baño en las Termopilas, luego tributo al torniquete, que sería uno de los últimos tributos que pagaría, entramos a algo parecido a un spa, solo que este era un spa ruso, rusos por todas partes, letreros en rusos con palabra conformadas solo por consonantes, conversaciones en ruso, gente colorada, dientes choretos y pelo amarrillo por doquier. Meterse en esa agua fue una sensación un poco extraña, tibia y con una consistencia un poco efervescente, irrita un poco la vista y da un poco de taquicardia, se va nadando entre ruinas y rusos, unos jardines bien vistoso rodean el mega jacuzzi, ya después de una hora metido allí reconozco que me fastidie, ni si quiera podía ligar con alguna chica linda de esas porque no se hablar ruso y no me interesa mucho aprenderlo. Ya al salir e ir a mi casillero, tuve una de las visiones mas horrendas de mi viaje, una morsa gigante, de unos ciento veinte kilogramos, se desnudo completamente justo en frente de mi, trate de desviar la vista, no por respeto si no por salud mental, pero donde quiera que miraba esta allí, solo quería que el suelo fuese de arena y poder echarme un puño de arena en los ojos, para así calmar mi sufrimiento.
Ya con un trauma fijo en mi psiques, y en compañía de mis amigos dejo las instalaciones de las Termopilas, el sol era salvaje, insolente y altanero, “coño e´ madre” como dijéramos en mi tierra, te quemaba la nuca y al mismo tiempo te quemaba la cara, para colmo el camino de bajada estaba colapsado, no cavia un alma rusa mas, los únicos hispanos hablantes allí éramos nosotros, tres, creo que algún grupo de turcos se sentirían igual que nosotros, aislados lingüísticamente, de mas esta decir porque lo llame Kremlin de algodón. Esa noche me tocaría despedirme de mis dos compañeros, no sin antes compartir una cenita nada espectacular, con una vista super espectacular del atardecer sobre Pamukale, seguido a la cena nos dedicamos a degustar algunas Efes sentados en unos puf comodísimos a orilla de una piscina, desde ahora el viaje seria en solitario, pero estaba en Turquía no viajaría mucho rato solo. Dejando mi pensión con el alba, me embarco en un tortuoso minibús, otra vez el loco sistema de venta de boletos turco atentaba contra mí, me asignaron el último puesto, con un espacio inhumano, no había forma de acomodar mis piernas allí y el ángulo del asiento era inferior a 90°, la ventaja es que sería un viaje corto, pero no hay corto cuando se está incomodo, solo miraba mis mapas y calculaba las distancias para saber cuánto faltaba para llegar a Selçuk, ya faltando poco el minibús quedo casi vacio así que pude relajarme y mirar con una sonrisa por la ventana, al detallar en el horizonte, sobre una torre eléctrica diviso un nido que me pareció muy familiar, era el nido de una cigüeña con sus pichones, nunca había visto una en vivo y directo, de niño mi programa favorito era uno sobre vida silvestre, pero al parecer era grabado en Europa y tenía muchos capítulos dedicados a las cigüeñas, por eso desarrolle un culto hacia ese pájaro y verlo allí tal cual en el programa fue muy placentero, ya más adelante las vería mas cerca.
Por fin en Selçuk dedico algunos minutos a ubicarme e instalarme en un hostal, y dado que las habitaciones de los hostales no son las más idóneas para descansar durante el día me largue a la calle en búsqueda de Efesos, de buena gana alguien me explico que tomara el dolmus y que me bajara en una esquina y tomara allí un taxi, que taxi ni que nada yo soy un renegado, así que me decidí por caminar, siempre con el sol a cuestas, aunque cuando no se piensa en el no se siente, luego de unos veinte minutos estaba a las puertas del anhelado Efesos, luego de ser timado con una entrada de 10 eurucos, entro por un pasillo franqueado de pinos, estos te regalan su sombra y permiten que una suave brisa te refresque, preparándote para seguir carbonizándote, claro quien en su sano juicio se aventura por esos parajes a las dos de la tarde. Tras caminar unos doscientos metros me encuentro cara a cara con una de las ruinas que vine a ver a Turquía (la primera era Santa Sofía), la biblioteca de Celso. Después de un breve detalle, mi impresión y ilusión se desvanece un poco, al descubrir un filamento de acero asomando entre la roca, eso era una “cabra” (termino venezolano para definir un engaño), ya que los que construyeron eso no usaban acero, afinando mas la vista se ven suplementos e infinidad de detalles estructurales que indican de que todo fue reconstruido recientemente. Creo que fue un poco de inocencia de mi parte, pretender que una estructura tan antigua se mantuviera en pie después de tanto tiempo, pero de algo hay que formar los sueños en esta vida.
Imaginándome en tiempos pasados, visualizándome en ese lugar donde está la biblioteca, concluyo que seria idóneo para encontrarse con los amigotes, fíjense que frente a frente a la biblioteca están las ruinas de un burdel gigante y tras del burdel unas letrinas para cincuenta personas, imaginen decirles a sus esposas “Amor voy a la biblioteca a encontrarme con mis eruditos amigos”, claro te encuentras con ellos frente a la biblioteca y te vas de putas, al volver a casa cuando te pregunten ¿Qué hiciste?, responderías sin mentir “Verme con los muchachos en la biblioteca”.
Esa esquina es el propio rincón para el relax de un hombre cualquiera de cualquier época, irías a la biblioteca, leerías hasta que te sangren los ojos, saldrías hecho todo un intelectual y con mucha labia (vocabulario rico), entrarías al burdel, coquetearías con todas las prostitutas, te emborracharías algo y ya antes de irte a tu casa entrarías a la megaletrina y depondrías junto a cuarenta y nueve tipos, fanfarroneando sobre de tus hazañas en el burdel.
De regreso a Selçuk decidí caminar todo el trayecto haciendo vista gorda del dolmus, antes de llegar a la ciudad me desvié a conocer Artemisia, de ese templo que en otrora fuera una de las siete maravillas del mundo, solo queda una columna (de mas esta decir que fue reconstruida), acá mi deleite fue observar mis cigüeñas, estas plantaron su cuartel general sobre la única columna de Artemisia, estas le daban un toque de vida a esa inerte columna, iban y venían con deliciosas ranas para sus polluelos, estos las esperaban con ese peculiar sonido que ya había escuchado en mi niñez cuando miraba tv, una especie de “cock-cock-cock”, seco y constante, sentarme allí a descansar mis pies, observando esos animales me relajo muchísimo.
De regreso a mi hostal no me quedo de otra que a recostarme en las áreas sociales, el lugar estaba lleno de europeos fríos como un trozo de hielo, al parecer responder las buenas tardes les quitaban años de vida, con ese paisaje solo me quedo meterme de cabeza a escuchar música, hasta que uno de los encargado del hostal al ver mi gesto se a cerco y comenzó a charlar conmigo, a la final me invito a tomar el çay en un “ambiente mas amistoso”. Nos instalamos en una plaza frente al otogar, un sitio de paz absoluta, las palabras a veces sobraban, la comunicación fluía como agua en un manantial, sin prisa y de manera relajada, iba percibiendo de a poco la esencia de los turcos, gente noble, amantes del arte de la conversación, del lenguaje corporal, el çay es solo la escusa para conversar, la conversación esa tarde la asemejo con la brisa refrescante, cuando me detenía debajo de una sombra y mi soleada caminata.